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lunes, 22 de marzo de 2010
Hace ya un tiempo que a diferentes organizaciones de las que podríamos denominar del “campo popular” se les ha puesto que la vida es una fiesta. De este modo cualquier convocatoria, recordación, aniversario o lo que fuere (y por más serio y grave que sea el hecho que lo promueve) corre el gran riesgo  de ser puesto bajo la órbita de lo festivo.
Con distintas denominaciones como “festival”, “peña”, “jornada de lucha y alegría” o directamente, como hemos visto no hace tanto, “fiestonga” se desnaturaliza lo que debieran ser manifestaciones políticas, en grotescos pretendidamente alegres, sin preguntarse siquiera si en el motivo del llamado hay espacio para el jolgorio.
En el mismo camino de la banalización de todos los temas, para el fin del año que terminó debimos soportar una campaña que decía: “Pedile a Papá Noel cárcel para los genocidas”.
Sin dejar de lado que una elemental lógica de personas creciditas nos marca que cualquier pedido que hagamos al gordo del bonete tendrá el mismo resultado que ladrarle a la luna, realmente  subleva tanta  estupidez aunque se la quiera disfrazar de ingenio.
Cualquier militante con mediana formación sabe que no todas las cosas dan para la joda o, para decirlo de otro modo, que hay cosas con las que no se jode.
No se puede, como en este caso, hacerse el ocurrente  y manosear la gravedad de los crímenes cometidos contra los compañeros apelando a la distensión fácil del recurso  de baja estofa. El muñequito de Papa Noel con un martillo en la mano, propuesto como un icono al cual pedirle una condena, parecía más una burla que una picardía publicitaria
Era precisamente en los días más complicados por los dolorosos testimonios que desnudaban lo peor de la degeneración de los genocidas, días de revelaciones muy siniestras, días donde los represores exponían su más absoluto desprecio por la vida y su repugnante cobardía ante los hechos que cometieron, cuando más arreciaban los llamados a algún chispeante encuentro.
Pretender unir siempre, y en todo momento,  la “lucha y la alegría” se transforma  en una trampa ilevantable para la militancia.
Lejos está de ese sentido la condena a la pompa fúnebre y al eterno luto que inmortalizara Julios Fucik, aquel comunista checo al pie de la horca:

Que la tristeza jamás se una a mi nombre. Ese es mi testamento para ustedes. Lloren un momento si creen que las lágrimas borraran el triste torbellino de la pena, pero no lo lamenten. He vivido para la alegría y por la alegría muero. Agravio e injusticia seria colocar sobre mi tumba un ángel de tristeza

La diferencia no  parece tan difícil de comprender.
Siempre nos hemos opuesto a la fácil política de monumentos póstumos, placas y museos, comprendiendo que, en efecto, eso seria alzar sobre los compañeros “un ángel de tristeza”
Pero otra cosa es confundir el testamento de Fucik con un manifiesto de la reivindicación fiestera. Nada más alejado.
Solo en la alienación política se puede explicar que se tiente ese atajo para la lucha que se debe encarar, si es preciso, con fiereza, con odio y con ardor, como lo pedía el Che.
La alegría que reinvindicaba la gente como ellos es la que nos lleva a emprender todo con enorme voluntad y la satisfacción moral de hacerlo porque hay que hacerlo para cumplir con los nuestros y en la seguridad  que al final del camino habrá un mundo mejor, donde sí la alegría encuentre más sólido sustento.
Pero esto no evitará jamás que, como decía el autor de “Defender la alegría” cuando cayó el Che bajo las balas del enemigo, hoy estemos consternados, rabiosos.
Defender la alegría no es defender el farandulismo y la liviandad. Nuestra alegría debe estar mucho más allá de esa dilapidación de fuerzas y entendimiento.

Así terminaba Mario sus versos:

defender la alegría…
…de la obligación de estar alegres
defender la alegría como una certeza
defenderla del oxido y la roña                               
de la famosa patina del tiempo
del relente  y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
     y  también de la alegría.



De eso se trata.
 
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portada susana