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miércoles, 25 de abril de 2007

Decir que la causa penal por la desaparición de Tito Messiez se inició el 24 de marzo del 2004, no es correcto, ya que el caso sufrió todos los avatares a los que la democracia de los ricos sometió a los que militaron en procura del castigo a los culpables.

En realidad ya hubo investigaciones penales antes, pero que obviamente fueron canceladas por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, como tantas otras.

No es menos importante señalar que en el curso de esas investigaciones se produjo el robo a los Tribunales de Rosario, el que efectuado con el consentimiento del Poder Judicial se ejecutó por los servicios de inteligencia con la colaboración de la Policía de la Provincia de Santa Fe, resultando convenientemente olvidado el tema con el pasar de los años, que no pasan simplemente ni quedan en blanco. Durante esos años la investigación del robo de importante material que identificaba claramente a muchos de los genocidas porque contenía hasta recibos de cobro de los mismos, fue satisfactoriamente infructuosa, con esa falta de resultados que sólo las manos expertas de la justicia burguesa puede amasar.

Es notable ver en el conjunto de lo que es hoy la “Causa Feced” la reiterada alusión a la detención y desaparición de Tito, pero a quienes conocemos esta historia bastante más de cerca no nos asombra, ya que la lucha por su aparición tiene origen a los pocos días de su secuestro.

Se han agregado a la causa una serie de testimonios de los innumerables trámites realizados, desde peticiones o cartas a nivel nacional e internacional, hasta varios habeas corpus, también convenientemente denegados.

Una mínima parte de las tantas tareas encaradas desde 1977 hasta la presentación de la querella, las publicamos en esta columna, al sólo efecto de que permanezca el testimonio de cuánto se luchó por él. Puede verse en tales documentos que en ningún momento se postergó el reclamo y que aún siendo las épocas de mayor barbarie, lo que tenía que hacerse, se hizo. Podemos decir que son ya 30 años de pelearle al sistema en todos los terrenos para que la verdad sea formalmente reconocida por el Estado, para que el castigo se imponga y para que las páginas de la Historia queden lo menos en blanco posible, porque si esas páginas no se llenan, las escriben los amanuenses del capital.

Tito es un comunista, por todo lo que un comunista no deja de ser ni aún desaparecido. Es la constancia de su militancia, la vida cotidiana que tantos conocían, y su ejemplo de silencio ante la tortura, que no arriesgó a uno solo de sus compañeros, lo que simple pero terminantemente dicen los presos del sistema que pueden tener el orgullo de proclamar “caí solo y nadie cayó por mí”. Tito es una certeza parada frente al acoso de la duda que muchos se empeñan en magnificar, es la prueba que muestra que es posible consagrar tanto la vida que, dicho de manera quizás torpe pero firme, donde él cayó “se cortó la cadena”. En 2006, una noche, en una charla debate en Granadero Baigorria, un ignoto obrero totalmente desconocido, un hombre que tiene hoy la edad de Tito, se nos acercó y nos dijo: “Él nos imprimía una revista que se llamaba “El Metalúrgico”. Éramos 7 y ninguno cayó”. Tito es ese ignoto obrero que aún asiste a las actividades con su ejemplo. Tito es ese. 

 

      

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CUADRO DE DESHONOR
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